PROYECTOS
Este es un Work-In-Progress en el que iremos conceptualizando una teoría que suponga una mirada crítica hacia las diferentes formas de innovación posibles.
La Tecnodiversidad Crítica (TC) es una corriente filosófica propuesta que defiende la diversidad tecnológica como un medio para preservar y proteger nuestra capacidad crítica frente al progreso tecnológico. Este enfoque argumenta que cualquier tecnología superada por desarrollos recientes es un punto de observación crítica de los avances tecnológicos contemporáneos.
La Tecnodiversidad Crítica surge como una respuesta al cambio radical en la ingeniería y la producción tecnológica ocurrido en las últimas décadas, marcado por la transición de una era en la que la excelencia técnica y la calidad de fabricación eran los valores predominantes, a una era dominada por la rentabilidad económica y la producción en masa. En el pasado, los ingenieros y diseñadores buscaban crear productos que fueran técnicamente superiores, más duraderos y hechos con la mejor calidad posible. Sin embargo, con la creciente presión para reducir costos y aumentar los márgenes de beneficio, la calidad fue desplazada en favor de estrategias de producción más rápidas, baratas y orientadas a satisfacer el mercado masivo, lo que dio lugar a tecnologías menos duraderas y a menudo diseñadas para obsolescencia.
Este cambio no solo afectó a la industria tecnológica, sino también a otros campos como la fabricación de automóviles, electrodomésticos y dispositivos electrónicos, donde las innovaciones fueron impulsadas por la lógica del mercado y no por la mejora cualitativa de los productos. Como resultado, la Tecnodiversidad Crítica pretende alzarse como crítica de esta tendencia mediante la defensa de una pluralidad de enfoques tecnológicos, que incluya tanto tecnologías denominadas antiguas o tecnologías marginalizadas, como nuevas innovaciones que prioricen la durabilidad, la reparabilidad y la sostenibilidad.
La Tecnodiversidad Crítica, por tanto, no solo responde a este cambio histórico, sino que aboga por construir un marco conceptual para preservar nuestra capacidad crítica frente al progreso y evitar que la economía determine de manera unilateral qué tecnologías se adoptan y se perpetúan.
Desde el punto de vista de TC hemos pasado por dos eras distintas:
La preferencia observada en los últimos años de algunos nichos de mercado por cámaras analógicas, relojes mecánicos, instrumentos musicales hechos a mano o coches clásicos no es solo una cuestión de nostalgia sentimental. Esta tendencia refleja una nostalgia de los valores vinculados a la durabilidad, la artesanía y la calidad intrínseca, que son vistos como contrapesos a la eficiencia económica moderna. En estos productos, se reconoce una conexión con un sistema de valores que prioriza la durabilidad y la experiencia de uso por encima de la producción masiva.
La experiencia de uso también juega un papel importante. Como en el caso de Apple, que ha convertido la experiencia del usuario en un valor central de sus productos, la Tecnodiversidad Crítica propone que la experiencia tecnológica no debe reducirse a la utilidad funcional, sino que debe incorporar aspectos como la artesanía, el diseño reflexivo y la durabilidad.
La Tecnodiversidad Crítica (TC) puede aportar varias cosas importantes, incluso si las ideas que propone, como la defensa de la calidad, la durabilidad y la pluralidad tecnológica, parecen difíciles de implementar dentro de la lógica de mercado actual. Aunque la estructura económica contemporánea está profundamente orientada hacia la rentabilidad, la producción masiva y la obsolescencia programada, la TC puede desempeñar un papel crucial en varios niveles:
La Tecnodiversidad Crítica articula una crítica sistémica del progreso tecnológico no como una simple nostalgia por el pasado, sino como un análisis riguroso de los valores y las prioridades que guían la producción tecnológica. Al hacer esto, la TC puede ayudar a desafiar la suposición dominante de que el progreso tecnológico y la eficiencia económica son necesariamente sinónimos de mejora. Esta crítica filosófica, bien fundamentada, puede ofrecer nuevas herramientas para repensar las políticas tecnológicas y económicas, y abrir debates más amplios sobre qué tecnologías se priorizan y por qué.
Aunque la lógica de mercado impulsa muchas decisiones, los consumidores también juegan un papel clave en la dinámica del mercado. La TC puede fomentar una mayor conciencia crítica entre los consumidores sobre los productos que compran y usan. Al resaltar los valores de la durabilidad, la reparabilidad y la experiencia de uso, la TC puede contribuir a un cambio cultural en el que los consumidores demanden productos mejor construidos y más sostenibles. Aunque es un proceso lento, este cambio en las preferencias del mercado podría obligar a las empresas a ajustar sus prácticas, tal como ya lo estamos viendo en movimientos como el derecho a reparar y las crecientes críticas a la obsolescencia programada.
Si bien las empresas están fuertemente influenciadas por la lógica de mercado, los gobiernos y los reguladores también tienen un papel importante que desempeñar en la configuración del entorno económico y tecnológico. La Tecnodiversidad Crítica puede aportar un marco filosófico para guiar políticas públicas que promuevan la sostenibilidad, la diversidad tecnológica y la innovación centrada en el bien común, como leyes que promuevan la reparabilidad y la longevidad de los productos, y que incentiven tecnologías menos dependientes de la obsolescencia. Estas regulaciones pueden empezar a equilibrar las fuerzas del mercado y abrir espacio para productos y tecnologías que valoren la excelencia técnica y la durabilidad.
Incluso en un entorno de mercado donde la eficiencia económica tiende a dominar, existen nichos de resistencia y mercados premium que valoran la calidad, la personalización y la experiencia de uso. La TC puede alimentar la innovación en estos nichos, apoyando la creación de tecnologías y productos que apuesten por la excelencia y se mantengan al margen de la producción masiva. La TC puede ayudar a legitimar y fortalecer estos nichos, dándoles un marco conceptual que los respalde.
La TC también puede aportar un argumento poderoso sobre la necesidad de mantener alternativas tecnológicas viables. En un mundo dominado por una visión lineal del progreso, muchas tecnologías valiosas pero no dominantes han sido desplazadas. La TC defiende la importancia de mantener estas alternativas, no solo como reliquias del pasado, sino como fuentes potenciales de innovación futura. Al abogar por la diversidad tecnológica, la TC puede inspirar el redescubrimiento y la adaptación de tecnologías menos dominantes, pero más resilientes o mejor adaptadas a ciertos contextos.
Finalmente, la TC puede servir como un marco ético para evaluar el desarrollo de nuevas tecnologías. En lugar de ver la tecnología solo a través del prisma de la eficiencia económica, la TC aboga por una evaluación más profunda que considere los impactos a largo plazo en la sociedad, el medio ambiente y la experiencia humana. Esto puede ayudar a inspirar una ingeniería ética y un enfoque de diseño que priorice el bienestar humano y la sostenibilidad sobre la mera producción de productos a bajo costo.
Para lograr estos fines la TC se ha dotado de un método que espera le ayude a conseguir unos resultados.
Denominamos “casos de fracaso” a la visión desde TC de los llamados “casos de éxito” tecnológicos, resaltando lo que se pierde, se abandona o se olvida con la implantación de nuevas tecnologías.
El análisis de casos de fracaso pone de manifiesto una lección central de la Tecnodiversidad Crítica: no debemos entregarnos por completo a una nueva tecnología en detrimento de las anteriores. La diversidad tecnológica permite que existan puntos de comparación desde los cuales hacer una crítica: abandonar por completo una tecnología previa puede llevar a identificar nuestras necesidades solo con lo que una tecnología particular puede hacer. Esto genera una visión sesgada de lo que realmente es posible.
Si no se hace eso se corre el peligro de identificar lo que necesitamos hacer con las cosas que una tecnología actual puede hacer. Ese sería un ejemplo de los efectos tóxicos, filosóficamente hablando, de la no neutralidad de la tecnología: la tecnología determina las necesidades y los usos y lo hace precisamente por el olvido de tecnologías que, aun siendo anteriores, abrían espacios vitales que quedan clausurados ante la homogeneización con la que se suelen imponer los cambios tecnológicos. Desde un punto de vista de categorías metafísicas, perdemos de vista lo POSIBLE y construimos una versión sesgada de lo NECESARIO.
Es decir, las viejas tecnologías se constituyen como un punto filosófico de observación desde el que es posible hacer la crítica a las nuevas tecnologías.
El caso de los condensadores en las cámaras Minolta es un ejemplo revelador de cómo las innovaciones tecnológicas, a veces consideradas “avances”, pueden traer consigo fragilidad y problemas inesperados, especialmente cuando las presiones económicas juegan un papel decisivo en las decisiones de diseño y fabricación.
A finales de los años 70 y principios de los 80, las cámaras SLR (Single-Lens Reflex) comenzaron a incorporar más componentes electrónicos para mejorar el control de la exposición y ofrecer nuevas funcionalidades automáticas, lo que aumentó su complejidad. Las cámaras Minolta XD y, más tarde, la X-700, representaban el ápice de esta tendencia, al combinar mecanismos electrónicos avanzados con componentes de alta precisión. Un elemento crucial en estas cámaras era el uso de condensadores para gestionar los circuitos eléctricos y permitir el funcionamiento de las partes electrónicas.
La subida del precio del tantalio y el cambio en la tecnología
Los condensadores originales utilizados por Minolta en estos modelos estaban hechos de tantalio, un material sólido y estable que proporcionaba alta durabilidad y un rendimiento consistente a lo largo del tiempo. Sin embargo, debido a factores geopolíticos y económicos, el precio del tantalio se disparó, lo que obligó a la empresa a buscar alternativas más baratas para mantener la rentabilidad de sus productos. Como resultado, Minolta optó por utilizar condensadores electrolíticos de aluminio, que, aunque más económicos, eran mucho menos duraderos.
Fragilidad en las cámaras avanzadas
Los condensadores electrolíticos de aluminio, a diferencia de los de tantalio, contienen un líquido en su interior. Con el tiempo, este líquido se filtra al exterior, lo que no solo los inutiliza sino que puede dañar los componentes electrónicos cercanos, incluyendo la placa de circuitos en la que están montados. Este fenómeno, que ha afectado a muchas cámaras avanzadas de Minolta, es un claro ejemplo de cómo una innovación que aparentemente mejora la tecnología —en este caso, la incorporación de más componentes electrónicos para mejorar la funcionalidad— puede traer consigo fragilidad debido a decisiones de naturaleza económica que comprometen la calidad de los componentes inicialmente planeada.
La paradoja de lo avanzado y lo simple
Lo paradójico es que las cámaras más avanzadas, como las Minolta X-700, que dependían de estos nuevos componentes electrónicos y sus condensadores electrolíticos, se volvieron más vulnerables a fallos con el paso del tiempo. Mientras tanto, las cámaras mecánicas más simples de generaciones anteriores, que no dependían tanto de componentes electrónicos, demostraron ser mucho más duraderas. Estas cámaras más mecánicas experimentaban fallos debidos principalmente a la fatiga de materiales o al desgaste de piezas mecánicas, problemas mucho más raros y más fáciles de reparar que los fallos electrónicos causados por condensadores defectuosos.
Implicaciones filosóficas y lección para la Tecnodiversidad Crítica
Este caso ilustra uno de los principios clave de la Tecnodiversidad Crítica: las nuevas tecnologías no siempre son superiores a las antiguas, y su adopción no debe ser acrítica. Al abandonar tecnologías anteriores que eran más duraderas y confiables en favor de innovaciones que introducen fragilidad, las empresas y los usuarios corren el riesgo de caer en la trampa de la obsolescencia. Este caso demuestra cómo las presiones económicas pueden llevar a compromisos que erosionan la calidad, y cómo mantener una diversidad tecnológica puede ser crucial para evitar estos efectos negativos. En resumen, la historia de los condensadores de Minolta destaca la importancia de no subordinar la excelencia técnica y la durabilidad a la lógica del mercado, y de preservar tecnologías anteriores como referencia crítica para evaluar los supuestos beneficios de las innovaciones modernas.
Uno de los principios fundamentales de la Tecnodiversidad Crítica es la idea de no poner todos los huevos en una sola cesta tecnológica. Abandonar completamente tecnologías anteriores limita nuestra capacidad de hacer una crítica efectiva a las tecnologías actuales, ya que lo que las nuevas tecnologías no pueden hacer queda fuera de nuestra percepción: la adopción masiva de una tecnología nueva puede redefinir lo que pensamos que es necesario hacer, mientras que lo posible queda olvidado.
La Tecnodiversidad Crítica propone que las tecnologías antiguas o alternativas pueden ser un punto filosófico donde situarse para realizar la crítica a las nuevas tecnologías. Al mantener una diversidad tecnológica, preservamos un ecosistema crítico y aumentamos nuestra capacidad de comparar y cuestionar las narrativas del progreso unidimensional.
Incluir una reflexión sobre el tecnopositivismo, que es la creencia en el progreso tecnológico como intrínsecamente positivo y la idea de que toda innovación es automáticamente un avance para la humanidad. La TC pone en duda esta narrativa, sugiriendo que no toda innovación es necesariamente buena y que la adopción acrítica de nuevas tecnologías puede llevarnos a perder la capacidad de pensar en soluciones alternativas o más diversificadas.
La TC propondría una intervención filosófica pública ante cada nuevo avance tecnológico incluso en sus etapas germinales, evaluando no solo sus beneficios inmediatos, sino también sus costos a largo plazo en términos de sostenibilidad, impacto social y erosión de otras formas tecnológicas más robustas o humanas.
La ontología de la Tecnodiversidad Crítica proporciona un marco para entender cómo los factores internos (agentes y valores organizacionales) interactúan con los factores externos (consultores, inversores) y cómo estos procesos llevan a la adopción de decisiones tecnológicas que, con el tiempo, socavan los valores clave de calidad, durabilidad, reparabilidad y experiencia de uso.
La TC puede utilizar esta ontología para identificar los momentos y procesos críticos en los que las organizaciones deben intervenir para preservar su autonomía tecnológica y diversidad de enfoques. Al enfatizar el fortalecimiento del músculo intelectual interno y la resistencia a la externalización del conocimiento, las organizaciones pueden contrarrestar la tendencia a adoptar soluciones que comprometen sus valores fundamentales.
La ontología de la TC puede estructurarse en torno a tres categorías principales:
Descripción: Incluyen tanto tecnologías tradicionales como tecnologías emergentes. Las antiguas tecnologías representan enfoques más robustos, duraderos y reparables, mientras que las nuevas tecnologías pueden priorizar la eficiencia económica o la masificación.
Características clave:
Descripción: Son los principios y creencias que guían el diseño y la implementación tecnológica dentro de una organización. Ejemplos incluyen la calidad, durabilidad, reparabilidad y experiencia de uso.
Características clave:
Descripción: Son los empleados, ingenieros, diseñadores y equipos de trabajo dentro de una organización que comprenden y defienden los valores de la compañía.
Características clave:
Descripción: Son actores externos que se contratan para resolver problemas específicos. A menudo traen soluciones preconfiguradas que llevan consigo un conjunto de valores ajenos a la organización.
Características clave:
Descripción: Representan las demandas externas de rentabilidad y eficiencia económica. Los inversores o accionistas buscan retornos rápidos y presentan una presión sobre las organizaciones para que adopten decisiones a corto plazo.
Características clave:
Descripción: El proceso por el cual una organización confía cada vez más en agentes externos para resolver sus problemas técnicos o estratégicos. Esto lleva al vaciamiento del músculo intelectual interno y a la erosión del conocimiento.
Consecuencias:
Descripción: A través de los consultores externos, se difunden soluciones estandarizadas en el mercado que tienden a ofrecer respuestas similares a los problemas organizacionales, sin tener en cuenta las particularidades de cada contexto o los valores internos de calidad.
Consecuencias:
Descripción: Los inversores buscan obtener retornos rápidos y presionan a la dirección para adoptar soluciones que, aunque efectivas a corto plazo, sacrifican los valores a largo plazo de la organización. Este proceso de resultadismo afecta las decisiones de innovación y tecnológicas.
Consecuencias:
Descripción: A medida que se adoptan soluciones externas, la organización experimenta una perturbación de sus valores originales. La lógica del abaratamiento de costos y la rentabilidad inmediata sustituye progresivamente los valores de calidad, reparabilidad, durabilidad y experiencia de uso.
Consecuencias:
En un entorno capitalista global, donde la rentabilidad y los retornos para los inversores son primordiales, parece difícil que las empresas vuelvan a priorizar la excelencia técnica por sobre el beneficio económico. Sin embargo, la Tecnodiversidad Crítica sugiere algunas formas de reintroducir la calidad y la durabilidad en la ingeniería:
Una parte importante de la Tecnodiversidad Crítica es su crítica a la obsolescencia programada, que es un fenómeno contemporáneo donde los productos son diseñados deliberadamente para fallar o volverse obsoletos tras un tiempo limitado, lo que obliga a los consumidores a reemplazarlos con mayor frecuencia. La TC abogaría por un enfoque opuesto: la preservación de tecnologías que valoren la durabilidad y la reparabilidad, en lugar de adherirse a la lógica del reemplazo continuo.
Esto está relacionado con los movimientos que defienden el derecho a reparar y la economía circular, donde los productos están diseñados no solo para durar más tiempo, sino para ser fácilmente actualizables y reparables. La diversidad tecnológica también protege contra la monopolización de la tecnología, que fuerza a los consumidores a depender de un solo ecosistema cerrado y limitante.
En la era digital, donde muchas tecnologías se basan en sistemas cerrados o en algoritmos opacos, la TC también podría abogar por la preservación del conocimiento técnico en torno a tecnologías más antiguas o alternativas. Una preocupación importante es que el conocimiento técnico sobre muchas tecnologías pasadas o minoritarias se está perdiendo, lo que limita nuestra capacidad para mantener y mejorar productos sin depender de grandes corporaciones o sistemas centralizados.
Un aspecto de la Tecnodiversidad Crítica podría ser un llamado a la documentación abierta y la transmisión del conocimiento técnico en torno a tecnologías diversas. Este enfoque se conecta con movimientos como el open hardware y el software libre, donde el conocimiento técnico y la capacidad de modificar y reparar productos son fundamentales.
Uno de los principios fundamentales de la Tecnodiversidad Crítica (TC) es la reparabilidad de las tecnologías. En una era marcada por la obsolescencia programada y la producción masiva de dispositivos desechables, la TC sostiene que la capacidad de reparar y mantener las tecnologías es esencial para preservar la autonomía de los usuarios, reducir el impacto ambiental y garantizar la durabilidad de los productos.
La reparabilidad no solo permite que los productos tengan una vida útil más larga, sino que también promueve una relación más profunda entre las personas y la tecnología, permitiendo a los usuarios comprender mejor cómo funcionan los dispositivos que utilizan y cómo pueden intervenir en ellos. Este enfoque contrasta con la tendencia moderna de cerrar los productos tecnológicos, limitando el acceso a su reparación o modificación, lo que fomenta la dependencia de los fabricantes y el consumo continuo.
La TC aboga por el derecho a reparar y por la creación de tecnologías que no solo sean accesibles en términos de uso, sino también en términos de mantenimiento y reparación. Al valorar la reparabilidad, se fomenta la diversidad tecnológica en el sentido de que cada usuario tiene la capacidad de intervenir, adaptar y personalizar sus herramientas tecnológicas, lo que contribuye a la resiliencia y la sostenibilidad dentro de un ecosistema tecnológico más amplio y plural.
De esta manera, la reparabilidad no es solo una cuestión técnica, sino un acto de resistencia contra la hegemonía de las tecnologías cerradas y desechables, y una apuesta por un enfoque más responsable y reflexivo en la creación y uso de tecnologías.
Incluir una sección que explore cómo la Tecnodiversidad Crítica tiene implicaciones éticas profundas en relación con los derechos humanos y la equidad tecnológica. La hegemonía tecnológica a menudo crea brechas de acceso donde ciertos sectores de la sociedad quedan excluidos de los beneficios de las nuevas tecnologías o son forzados a adoptar soluciones tecnológicas que no se adaptan a sus necesidades culturales, económicas o geográficas. (Proponer “casos de fracaso”)
Un aspecto ético clave en la TC sería el respeto por la diversidad cultural y local en la adopción tecnológica. En lugar de imponer un modelo tecnológico uniforme (como ocurre con las tecnologías de comunicación, por ejemplo), la TC abogaría por permitir a las comunidades elegir tecnologías que se alineen con sus valores y contextos específicos.
Sería interesante explorar cómo la Tecnodiversidad Crítica puede influir en la educación tecnológica. Un aspecto importante sería enseñar a las nuevas generaciones que no hay una sola manera de resolver problemas tecnológicos y que las soluciones diversificadas son vitales para la resiliencia.
La TC podría apoyar currículos educativos que fomenten una apreciación crítica de las tecnologías pasadas y actuales, que incluyan la historia de la tecnología no solo como una historia de progreso, sino como una rica multiplicidad de enfoques técnicos que se ha ido simplificando en favor de la eficiencia y la producción masiva.
Podría también incluirse un llamado a la alfabetización técnica más profunda, que capacite a las personas no solo para usar tecnologías, sino para entenderlas, repararlas y adaptarlas a sus propias necesidades.
La relación entre lo que llamamos “Tecnodiversidad crítica” y corrientes filosóficas contemporáneas como la Ontología Orientada a Objetos (OOO) de Graham Harman, los filósofos del realismo especulativo, y la Ontología de los Ensamblajes de Manuel DeLanda puede ser vista desde varias perspectivas clave que conciernen a la naturaleza de los objetos (incluidas las tecnologías) y la importancia de su diversidad y su agencia.
Asímismo, diversas críticas al neoliberalismo y su sistema de valores están relacionadas con el análisis de la Tecnodiversidad Crítica.
Aquí es donde surgen posibles vínculos entre estas filosofías y el concepto de tecnodiversidad.
La Ontología Orientada a Objetos de Graham Harman es una corriente dentro del realismo especulativo que sostiene que todos los objetos, sean humanos o no humanos, tienen una realidad independiente que no puede ser totalmente comprendida ni agotada por sus relaciones o su uso por parte de los humanos. Harman rechaza la primacía de la experiencia humana en la interpretación del mundo, dándole un papel ontológico importante a los objetos en sí mismos.
El realismo especulativo es una corriente filosófica que critica el correlacionismo (la idea de que solo podemos conocer las cosas en su relación con la mente humana) y busca reorientar la filosofía hacia un reconocimiento del mundo “en sí mismo”. Los realistas especulativos, incluidos Harman, Quentin Meillassoux y Ray Brassier, abogan por un reconocimiento de la realidad más allá de las limitaciones impuestas por la subjetividad humana.
Manuel DeLanda, influenciado por Gilles Deleuze, ha desarrollado una ontología materialista en la que examina los ensamblajes de lo material y lo social, viendo el mundo como compuesto por sistemas complejos y dinámicos de interacción entre humanos, objetos y fuerzas naturales. DeLanda enfatiza la importancia de comprender los sistemas en términos de procesos, multiplicidades y emergencias no lineales, en lugar de estructuras estáticas y jerárquicas.
La Tecnodiversidad crítica podría beneficiarse de las ideas de la Ontología Orientada a Objetos, el realismo especulativo y las teorías de ensamblaje de DeLanda, en el sentido de que todas estas corrientes filosóficas rechazan la visión de un mundo homogéneo o determinado exclusivamente por la subjetividad o los intereses humanos.
Todos estos enfoques comparten la preocupación por la pluralidad, la autonomía de los objetos (incluidas las tecnologías) y la complejidad de las interacciones en los sistemas. La Tecnodiversidad crítica podría articularse como una corriente filosófica que defiende la pluralidad tecnológica como una forma de preservar una relación más rica y menos reduccionista con el mundo técnico, resistiendo la tentación de subordinar todas las tecnologías a una lógica única y dominante, que a menudo se impone por motivos económicos o de poder.
Esta relación también puede verse como una forma de evitar el “enmarcamiento” (como lo diría Heidegger), es decir, combatir una visión reduccionista que convierte a las tecnologías y al mundo en meros recursos. La diversidad tecnológica, vista desde estas perspectivas filosóficas, protege contra esa reducción, al mantener múltiples formas de existencia tecnológica y reconocer la autonomía y agencia de los objetos tecnológicos en sus interacciones complejas con el mundo y la sociedad.
El concepto de innovación abierta y el movimiento del software libre (inspirado en Richard Stallman y el movimiento de código abierto) influyó en la idea de preservar la reparabilidad y la autonomía tecnológica dentro de la TC.
Las presiones del capitalismo global sobre la rentabilidad a corto plazo y la necesidad de presentar resultados a los inversores provienen de teorías económicas y análisis críticos del neoliberalismo en las decisiones corporativas. Los efectos del “resultadismo” en la toma de decisiones tecnológicas se han tratado en el campo de la gestión empresarial.
“Externalización del conocimiento” es un concepto común en el análisis organizacional. Se ha discutido ampliamente cómo la externalización puede llevar a la pérdida de competencias internas y erosionar la identidad y los valores de una organización. La TC identifica los procesos por los cuales suceden las contaminaciones de valores que asfixian los valores propios de las organizaciones.
Peter Drucker y otros autores sobre gestión han discutido la influencia de consultores externos en la toma de decisiones estratégicas y el riesgo de depender de soluciones estandarizadas que ignoran los contextos internos.
Se podría hacer una conexión con los debates contemporáneos sobre inteligencia artificial (IA), particularmente la crítica que se hace desde enfoques más simbólicos a los modelos de lenguaje de gran escala (LLMs) en el campo de la IA. La Tecnodiversidad Crítica también puede argumentar que la diversidad de enfoques en la IA es crucial para mantener una perspectiva crítica sobre las capacidades y limitaciones de los sistemas basados en datos y modelos estadísticos.
Al igual que sucede con las tecnologías mecánicas, la diversidad en los enfoques de IA garantiza que no estemos atrapados en un paradigma que limite la comprensión más profunda de la inteligencia.
Hay diversos autores, como Amalio Rey, que proponen hacer una crítica a la Inteligencia Artificial desde la perspectiva de que esta puede desplazar a la Inteligencia Colectiva en su implementación en las organizaciones.
El enfoque de la Tecnodiversidad Crítica encuentra apoyo en diversas tradiciones filosóficas que han reflexionado sobre el papel de la tecnología en la vida humana y sus implicaciones en la cultura, la política y la ética.
La Tecnodiversidad Crítica defiende una visión pluralista de la tecnología, donde múltiples formas de tecnología —antiguas y nuevas— puedan coexistir y ser evaluadas en términos de sus propias fortalezas y debilidades. Al resistir la tendencia hacia una hegemonía tecnológica guiada por la eficiencia y la rentabilidad, la TC busca preservar la capacidad crítica y abrir el espacio para una reflexión más rica y compleja sobre las implicaciones del progreso tecnológico en nuestras vidas. Esta corriente filosófica reconoce la autonomía de los objetos tecnológicos y promueve la diversidad tecnológica como un valor intrínseco
Este enfoque, al valorar la resiliencia, la diversidad y la reflexión crítica, ofrece un marco para un futuro en el que el progreso no sea lineal ni unidimensional, sino rico, flexible y consciente de sus implicaciones éticas, sociales y técnicas.
La Tecnodiversidad Crítica no se opone al progreso tecnológico, sino que propone un progreso plural y diverso. Reconoce que el mundo necesita una variedad de soluciones tecnológicas que se adapten a distintos contextos, valores y necesidades. Al fomentar la coexistencia de tecnologías nuevas y antiguas, preserva nuestra capacidad crítica y nos permite tomar decisiones más informadas sobre cómo queremos que la tecnología moldee nuestras sociedades y nuestras vidas.