CTS
Ciencia, Tecnología y Sociedad
Este artículo se basa principalmente en el libro “La revolución tecnocientífica” de Javier Echeverría y seguiremos su mismo hilo argumental
La tecnociencia, y la revolución tecnocientífica que la acompaña, suponen un nuevo modo de hacer ciencia que se inició en los Estados Unidos en la época de la SGM. El principal factor que suscitó su emergencia fue la nueva política del gobierno federal, más intervencionista en asuntos científicos.
En la que podemos considerar una primera etapa (1940-1965) emerge la macrociencia (Big Science), que podemos considerar como la primera modalidad de tecnociencia y cuyo motor fue la investigación básica, sobre todo en el ámbito de la física, aunque también en matemáticas y química.
En 1962 se propuso introducir una metodología cuantitativa para el estudio de la ciencia, y “considerando la ciencia como una entidad mensurable” introdujo unas magnitudes a las que hoy denominamos indicadores del desarrollo científico. El análisis de dichas magnitudes llevó a Solla Price a proponer dos leyes matemáticas conjeturales y sujetas a contrastación empírica: la ley de crecimiento exponencial (“la ciencia crece a internés compuesto”, fijando en 15 años el periodo de duplicación del tamaño de la ciencia) y la ley de saturación que describe dos posibilidades para el escenario final de dicho crecimiento exponencial: estancamiento o aceleración.
Su ley de crecimiento exponencial lo llevó a proponer una distinción conceptual:
Solla Price afirma que el tránsito de la ciencia a la macrociencia fue evolutivo, no revolucionario, criterio que sería defendido también por Wolfgang Panofsky, uno de los creadores del acelerador lineal SLAC de Stanford.
¿Se justifica filosóficamente esa distinción? ¿Supuesto que exista, es solo una distinción cuantitativa?
En la década de los 60 propuso que era un criterio económico el más acertado para caracterizar como macrocientífico a un proyecto: es preciso que su realización requiera una parte significativa del PIB de un país.
Ya en los años 90 el historiador de la ciencia Hevly indicó que los altos presupuestos y los “instrumentos grandes o caros” indican que algo ha cambiado, pero que el concepto de macrociencia precede a esos cambios y se caracteriza por:
Galison, historiador de la ciencia que junto con Hevly editó las actas del Simposio de 1988 en Stanford sobre si la macrociencia se caracteriza por criterios cualitativos o cuiantitativos, incide en que la megaciencia tiene muchas caras y que, por tanto, su indagación es difícil y compleja.
Caracteriza la Gran Ciencia por su politización, burocratización, alto riesgo y pérdida de autonomía
El fracaso norteamericano en la guerra de Vietnam produjo una amplia contestación social contra la macrociencia militarizada que tuvo su punto álgido en mayo de 1968. Esto provoca una década de crisis y estancamiento de la macrociencia entre 1966 y 1976, punto este en el que surge la tecnociencia propiamente dicha impulsada por grandes empresas y no tanto por los Estados, evolucionando durante el último cuarto del siglo XX.
Echeverría considera la tecnociencia como la segunda revolución tecnocientífica. La primera sería la emergencia de la macrociencia durante la SGM.
El enorme empuje de la tecnociencia ha hecho que algunos autores dictaminen que la ciencia ha desaparecido y que todo es tecnociencia. Echeverría defiende que ambas coexisten.
El análisis filosófico de Echeverría destaca especialmente los profundos cambios de valores que ha experimentado la ciencia en el siglo XX, por los que cada aspecto de los que caracterizan a la tecnociencia tiene una valoración axiológica.
Los grandes proyectos científicos de los años 30 y 40 fueron impulsados por iniciativa gubernamental, especialmente militar, hasta los años 60, cuando cayó radicalmente la financiación militar de la investigación básica y también la financiación privada.
A partir de los años 70, especialmente en los 80, se estableció un nuevo contrato social con la ciencia que puede ser considerado como la base para la emergencia de la tecnociencia. La liberalización de la ley de patentes y una nueva política fiscal hicieron que creciera la financiación privada en I+D, que superó a la pública, hasta llegar al 70% del total de inversión en I+D.
Esto ha implicado que con la llegada de la tecnociencia los valores más característicos del capitalismo entrearon en el núcleo mismo de la actividad científico-tecnológica.
La estrecha relación entre ciencia y tecnología propia de la sociedad industrial ha dado paso a una relación de interdependencia en el caso de la tecnociencia: las acciones científicas de los tecnocientíficos (demostrar, calcular, observar, medir) son prácticamente imposibles sin apoyo tecnológico.
Esto implica que, aunque la tecnociencia sigue interesada en buscar conocimiento “verdadero” (contrastable, falsable), también está interesada en la búsqueda de conocimiento útil. Ha incorporado a su núcleo axiológico buena parte de los valores técnicos de utilidad, eficacia, aplicabilidad, en plano de igualdad con los tradicionales valores epistémicos.
La aparición de empresas tecnocientíficas demuestra la vinculación entre ciencia, tecnología y empresa que ha propiciado la tecnociencia. La obtención de patentes, así como su gestión y rentabiulización, se convierte en un componente básico de la actividad tecnocientífica tan importante como la investigación misma.
Los resultados tecnocientíficos se convierten en mercancía y, en lugar de comunicarse libre y públicamente en revistas especializadas, se convierten en propiedad privada. Las empresas tecnocientíficas consideran al conocimiento parte de sus bienes en propiedad (capital intelectual) y por ello someten al conocimiento a explotación comercial gracias a sistemas tales como las licencias de uso, las suscripciones de acceso y las suscripciones. El marketing del conocimiento forma parte de las actividades de las empresas tecnocientíficas.
Estos valores económicos, la búsqueda de conocimiento patentable en lugar de conocimiento publicable, ha sido interiorizado por los propios científicos e ingenieros. La cultura tecnocientífica tiene una fuerte componente empresarial, cosa que rara vez ha sucedisdo con la ciencia moderna.
Es decir, que la axiología de la tecnociencia integra en su núcleo básico al menos tres sistemas de valores: epistémicos, técnicos y económicos.
Frente al laboratorio aislado como factoría del conocimiento de la ciencia moderna, la tecnociencia necesita laboratorios-red, es decir, laboratorios coordinados que colaboren en el mismo proyecto y se dividan las tareas.
La red ARPANET, que conectó universidades y agencias norteamericanas en los años 80, y la World Wide Web ideada por Tim Berners-Lee para facilitar la comunicación entre investigadores del CERN europeo, pueden ser considerados los paradigmas de la investigación en red.
El que las acciones científicas más elementales sean ahora mediatizadas por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) o que incluso las publicaciones científicas han ido adoptando un formato electrónico ha tenido el efecto de reforzar los valores tecnológicos en el núcleo axiológico de la tecnociencia.
La investigación tecnocientífica tiene una relevancia estratégica para los poderes militares. Hay, de hecho, una nueva modalidad de guerra, la infoguerra o ciberguerra, basada en las tecnociencias. Por tanto las tecnociencias militares forman parte de la actividad militar actual. Buena parte de los tecnocientíficos están al servicio de los ejercitos.
Consecuencia de esta militarización parcial de la tecnociencia es que parte del conocimiento científico y las innovaciones tecnológicas son confidenciales y secretas, rompiendose uno de los valores básicos de la ciencia moderna: la publicidad del conocimiento. Solo se transfieren a la sociedads cuando han sido descatalogadas como confidenciales por convertirse en obsoletas desde un punto de vista militar.
Los fines de la tecnociencias no son los de la ciencia. De hecho la tecnociencia destructiva es parte indispensable de la nueva actividad científica. Esta entrada de valores militares en el núcleo axiológico que guía las acciones científicas provoca muchos conflictos y controversias que por lo general quedan silenciadas.
Echeverría elabora una lista de características que definen su investigación sobre la tecnociencia
Echeverría (2003)
“No es lo mismo una tecnociencia financiada exclusivamente por el Estado y las empresas, como en EEUU en los años 80, o una tecnociencia financiada al 50% por las empresas y al 50% por la bolsa. Esta última estructura de financiación es la más típica de la tecnociencia norteamericana a finales de siglo, mientras que la macrociencia se distingue por una financiación básicamente estatal”
En la época de macrociencia la relevancia corresponde al sector gubernamental y sus agencias. En cambio, en la tecnociencia son las empresas privadas y las entidades financieras las protagonistas.