La filosofía occidental ha hablado de conciencia pero muy poco de voluntad, y si lo hizo fue solo desde dos puntos de vista: o como una “fuerza” de matriz leibniziana desde una perspectiva de filosofía natural, o como “moral” desde la filosofía del derecho y Kant (la conciencia individual del bien y el mal)
A comienzos del siglo XIX este esquema de verdad basado en naturaleza y derecho se rompe con la presencia de Schopenhauer, que planteó el tema de la voluntad desde un punto de vista diferente de la naturaleza o el derecho.
Nietzsche retoma a Schopenhauer indicando que la voluntad es “un principio de desciframiento intelectual, un principio de comprensión no absoluto para circunscribir la realidad”. Nietzsche relacionó la voluntad con las pasiones, con el poder y con el saber: “trastocó las relaciones entre el saber, las pasiones y la voluntad”.
Tras Nietzsche otros quisieron esclarecer el problema de la voluntad: Husserl, los existencialistas, Heidegger, pero “no lograron definir con claridad el método capaz de permitir analizar el fenómeno desde el punto de vista de la voluntad”.
“Me parece que el asunto de la voluntad se puede pensar con la estrategia militar como método: como una lucha entre varios antagonismos que permite crear una nueva racionalidad basada en nuevos conceptos fundamentales: estrategia, conflicto, lucha. “Esta tentativa participa de la genealogía nietzscheana” pero hay que profundizar para conectarla con el “concepto solemne y misterioso de 'voluntad de poder'”.
Esta racionalidad del conflicto permite repensar la expresión lucha de clases, pues todo el mundo se ha volcado en la palabra “clases” (en saber quién pertenece a cada clase) y “nadie ha examinado ni profundizado la cuestión de saber qué es la lucha, cómo se desarrolla, qué objetivos tiene y qué medios usa. Esta es mi conexión con Marx.