Recuerdo que pinté estas pinturas entre 1820 y 1823. Tenía 77 años y eran muchos los asuntos personales y políticos que me influían. Esto ya os lo contará el profesor de Historia.
El caso es que no pintaba obras muy alegres. Ahora, en el Museo Nacional del Prado siguen investigando sobre mí y sobre mis pinturas.
Nunca hubiera imaginado que estas obras que pinté en la Quinta del Sordo, que fue una casa que compré en 1819, junto al río Manzanares, en Madrid, pudieran estar algún día en un museo. Ahora las llaman Pinturas Negras y son muy famosas.
El negro es mi color preferido para pintar sobre temas como duelos a garrotazos o aquelarres, pero yo quiero hablaros de Saturno devorando a su hijo.
Muchos me criticaron por pintar de esta forma. Decían que era muy desagradable y que no eran pinturas bonitas, pero yo quería contar la historia de Saturno como ya lo hizo Rubens en 1638 para la Torre de la Parada, que era un pabellón de caza de los Reyes muy famoso en la dinastía de los Austrias. Me gustaría contaros un poco la historia mitológica de Saturno.
Saturno era hijo del cielo y la tierra o, lo que es lo mismo, Urano y Rea. Estos tuvieron dos hijos; uno de ellos Titán y, el otro, Saturno. El heredero del Universo iba a ser Titán por ser el hijo mayor, pero su madre decidió que Saturno se quedara con el cielo y la tierra con una condición: si tenía hijos varones, se los tendría que comer para que no le quitaran el trono del Universo.
A mí me recordaba el paso del tiempo que se come los años, los meses, los días, las horas. Saturno se casó con la diosa Cibeles y tuvo hijos varones, pero Cibeles escondió a más de uno para que no se los comiera. El más famoso fue Júpiter, pero esta es otra historia. Ya os la contaré en otra ocasión, quizá por medio de mis pinceles, que es mi modo comunicar. Porque ahora, he de recoger mis enseres porque me marcho a Francia unos días.